sábado, enero 19, 2008

Requiem por la Alta Fidelidad



Hace poco leí un interesante artículo aparecido en la última edición de la revista Rolling Stone (esa que tiene a los “tatas” Led Zeppelin en portada) acerca de cómo los avances tecnológicos en la industria musical han llevado, paradójicamente, a una de las peores épocas en cuanto a calidad de sonido se refiere. Y es que desde hace algo más de una década que se viene sacrificando la pureza sonora, los matices, las texturas, colores y formas de las canciones y los discos en pro de tener más volumen, más sonido… ejem, ruido, bulla, decibeles la mayor parte del tiempo.
Pero para entender este fenómeno hay que entender el contexto, y en eso mucho tiene que decir el estilo de vida desde hace algunos años en adelante, en donde todo es rápido, vertiginoso, ir de acá para allá, poco descanso, poco tiempo para uno mismo y las personas que uno quiere, poco tiempo para realmente escuchar música. Entonces, surgieron nuevos inventos en donde la música cupo perfectamente en aparatos cómodos y transportables (porta CD, I-pod, MP3 player, etc), o bien se adaptó al auto, al trabajo, la computadora, mientras el oyente continuaba haciendo sus quehaceres, y como en casi todas las labores cotidianas se debe lidiar con gran cantidad de ruido (micros, artefactos, bocinas, voces, etc), los discos desde mediados de los noventa comenzaron a verse incrementados en volumen, en distorsión, generando un sonido más plano que antes, hablando de los rangos de frecuencias con los que los ingenieros grababan las pistas; en gran parte debido al fenómeno de la Compresión.
En la música, la compresión consiste en limitar el rango sonoro, “levantado” las señales más débiles (o de plano suprimiéndolas si son muy bajas) y “bajando” las más fuertes, creando esta especie de planicie sonora; y esto se puede evidenciar claramente en los discos desde los noventa en adelante. Es cosa de escuchar What’s The Story… (Oasis), Hybrid Theory (Linkin Park), St. Anger (Metallica), Chinese Democracy (Guns N’ Roses), Medulla (Björk), Rockstar Supernova (idem); por citar algunos, para darse cuenta de esta saturación constante a los oídos, en donde a cada rato, casi frenéticamente, hay y hay algo sonando, y a veces cuesta distinguir entre los instrumentos, y claro, qué importa si uno está viajando o en el pub, la cosa es que suene; y si de compresión se trata, también está el fenómeno MP3, en el cual canciones son transformadas en base de datos aptos para lectura en el computador y otros dispositivos, y mientras más comprimido esté el archivo, menos pesa, y por ende, mayor capacidad para ser almacenados en CD’s, I-pod, etc.
Y pese a los avances tecnológicos, hoy siguen sorprendiendo gratamente los sonidos de antaño, de aquellos discos y canciones que tenían esa calidez, ese toque, esa sensibilidad y emotividad de músicos que trabajaban con instrumentos y equipos que hoy parecen pasados de moda, pero que; sin embargo, dieron y dan los mejores sonidos de todos los tiempos. Por ello seguimos escuchando “Time” (Pink Floyd), “Englishman In New York” (Sting), “Hotel California” (Eagles), “Private Investigations” (Dire Straits), “Stairway To Heaven” (Led Zeppelin), “Bohemian Rapsody” (Queen), “And You And I” (Yes), “Suite: Clouds, Rain” (David Gates) o “Enjoy The Silence” (Depeche Mode).


De todo esto se puede concluir algo muy atingente; la tecnología, por mucho que se desarrolle, no puede y nunca va a reemplazar al esfuerzo, al trabajo hecho con dedicación, al sonido logrado, detallado, captado en su preciso instante, en ese en que los músicos dieron lo mejor de sí para crear música para durar… para escuchar.

sábado, enero 12, 2008

Los turistas

Caminamos todo el día por lugares que parecían darnos la bienvenida con cada paso, mirada o fotografía que grabamos en sus espacios, y recorrimos buses, restaurantes y tiendas alegrándonos de ser turistas, porque un turista, en el sentido más privado de la palabra, es alguien que está de paso, que está y luego se va, sin comprometerse demasiado con el lugar, las personas que allí viven, ya que se debe continuar explorando y recorriendo otras partes.
Luego de nuestro paseo volvimos a nuestro hotel cargados de recuerdos y nuevas ropas, colmados de un satisfactorio y merecido cansancio. Y nos echamos con nuestras bolsas sobre la cama, riendo, alegres, mirándonos con juguetona complicidad, cuando en eso ella me vendó los ojos, y a lo mejor también vendó los suyos, pues la risa delataba sus actos, y dejamos que nuestras manos nos enseñaran una nueva forma de turismo.