Luego de una serena conversación en forma de Preludio, decidió ayudar a su guitarra con una visita a un especialista, que la pondría en forma y la entrenaría para actuar frente al público siempre cambiante, de ese que no paga a la entrada, sino a la salida, con palmas y aplausos.
Tras unas semanas de reparaciones y arreglos en el taller de un reputado Luthier, la guitarra estaba de vuelta, vestida de juventud, engalanada con barniz, esculpida con ropas de ocasión.
Antonio la arrulló en su cuerpo, tocándola con suavidad, con energía, con ímpetu, mas la guitarra no respondía de la misma manera. Parecían haber sido en vano los días entre tallados, respuestos, brochas y retoques. Era extraño. El Luthier era lejos el más reconocido y célebre entre los músicos, y sin embargo, la guitarra seguía dolida, distante y cansada. Cuando el guitarrista se disponía a abrigar a su amiga con la funda, se dio cuenta de algo, de muchas cosas, y tomó nuevamente a su guitarra, aferrándola a su pecho, haciendo que ésta sonara un poco mejor,más aliviada. Nada habló con ella, pero entre ojos cerrados y dedos enamorados, le dijo: "Paciencia amiga... disculpa las molestias, pero ahora soy yo el que estoy en reparaciones"